Mi paso por el sistema educativo desde la Primaria
hasta el Bachillerato, siguió una trayectoria lineal y monótona ya que, al
tener dos hermanos mayores quienes hasta su paso a la Universidad, estudiaron
en el Colegio Lope de Vega –Alcalá de Henares-
mi destino, ya estaba sellado de antemano, por lo que mis huesos también
dieron a parar a la misma institución, casi de por vida.
Este hecho como
pueden imaginarse, marcó mi formación académica. Los profesores del hasta
entonces para mí nuevo colegio, no sólo conocían a mis hermanos –famosos ya de por
sí, por sus excelentes notas- sino que también, me conocían a mí y a mi fama de
oveja descarriada, sin tan siquiera las
clases a ver empezado, por lo que ellos contaban ya, con una larga lista de
prejuicios hacia mi persona. Para más inri, “estudiante modelo” era el
calificativo más lejano para definirme, por lo que no sólo hube de aguantar la
ignominia y presión de los malos resultados, sino que también, el peso de mis
apellidos y de las hazañas académicas anteriormente cometidas por mis
predecesores las cuales, me hundían en el peor de los fangos de las presiones.
Huelga decir,
que este colegio no contaba ni conocía ningún tipo de recursos educativos
complementarios como podían ser, un laboratorio de idiomas o incluso una
biblioteca en condiciones –ni tan siquiera un maltrecho proyector-. Su método
de enseñanza instaurado desde la E.S.O hasta el Bachillerato, se basaba en la visión clásica del alumnado
como elemento pasivo, siendo el profesor quien soltaba torrentes de
información, convirtiendo las lecciones en una serie de discursos insufribles
desde mi perspectiva de adolescente. Así
mismo por si fuera poco, estos amargos tragos eran complementados con largas listas de tediosos deberes
–transformando nuestros libros en complejos galimatías-, dando como resultado a una
desesperación casi existencial, ante la presión de tratar de deglutir por parte
de los estudiantes, una tarea que ni de lejos se comprendía.
Esta dinámica,
se veía sustentada desde la dirección, quienes se desgañitaban una y otra vez, por
instruir a los profesores en el “Leitmotiv”
que guiaba a la escuela; “Labor Omnia
Vincit” –el trabajo todo lo vence-. Este lema de lúgubre recuerdo,
irónicamente similar al “Arbeit Macht
Frei”-el trabajo libera- presente en
los campos de exterminio nazis, era aplicado a rajatabla en las aulas, de tal
manera que sólo aquellos estudiantes a priori “más brillantes”, podían seguir
el acelerado ritmo autoimpuesto a la hora de adquirir conocimientos, cayendo el
resto en un oscuro limbo educativo.
Recuerdo
aquellos años –correspondientes a 1ºy 2º de E.S.O- como tiempos de
desmotivación. Vagaba perdido por las aulas, camino de convertirme en otro
número más en la ya de por sí, larga lista de fracaso escolar. Sin embargo, un
buen día –se que parece de cuento, pero la realidad a veces supera a la
ficción- mi profesor de Conocimiento del
Medio, cambió mi devenir estudiantil utilizando tan sólo, un poco de empatía y
profesionalidad. Este hombre –cuyo nombre prefiero omitir- era ya un veterano
de la jungla, que algunos llaman aula. Peinado en canas ya, servía como se dice
en Castilla tanto para “un roto como un
descosido”, me explico. Lo mismo un día, los regios directores del Colegio
–ni que decir, que se trataba de un colegio concertado- le ordenaban
explicarnos ecuaciones de segundo grado, como al día siguiente las oraciones
subordinadas, el ciclo del agua o donde ganó Alejandro Magno sus medallas.
Así pues, esta
situación que hubiese desesperado a cualquier docente –y no sin razón-
repercutiendo en última instancia en la formación del alumnado, absorto ante
tanto cambio de pieles de nuestro enseñante, a él -y juzgando con la
perspectiva que me dan ahora los años- esta situación lejos de atormentarle,
parecía motivarle más a la hora de desempeñar
su labor como educador. Más tarde descubrí, que quien ama algo con toda
su alma, emprende siempre ese algo con entusiasmo ya que para él –o ella- va
más allá del trabajo, es su vida entera.
Por lo tanto, en
esas estaba yo, hastiado del colegio, más parecido a un Alcatraz sin rejas,
cuando este profesor me llamó por mi nombre –el resto, solía hacerlo por mis
apellidos como habrán supuesto-. Esto ya captó un mínimo mi atención, ya que
con este sutil detalle por su parte, acababa de diferenciarse del resto de docentes.
A continuación, me invitó a salir con él al pasillo. Yo aquí, -como se pueden
imaginar- desconfié absolutamente de él, temiéndome un nuevo castigo y
somatizando ya las futuribles represalias que aquel, tendría sobre mi persona.
Nada más lejos de la realidad. Me sonrió y me habló de tú a tú, sin aquel muro
de autoridad que siempre me había encontrado en la relación profesor-alumno. “Me he informado sobre ti –me dijo-, se que tienes un gran potencial distinto al de
tus hermanos, pero no por ello menor. Te reto a que lo demuestres, no a mi
porque ya sé de que estas hecho, sino al mundo. ¿Te parece bien?. Venga,
volvamos a la clase y no olvides lo que te he dicho, confío en ti”.
Esas fueron sus
palabras y la verdad, que me sorprendieron ya que nadie hasta entonces me había
dicho que confiaba en mí. Por lo que ahora era esclavo de las mismas, ya que no
podía ni quería defraudarle. Y así hice, aprobé su asignatura con mucho
esfuerzo y horas de desacostumbrado estudio. Sintiendo cada vez más, la llamada
del saber, por conocer como se articulaba el mundo en el que me hallaba
adscrito.
Recuperé todas las asignaturas pendientes de
2º de la E.S.O que presagiaban un futuro oscuro como repetidor y comencé por
primera vez en mi vida, a aprender. Hasta hoy, en el cual –quien lo diría- con
un título universitario bajo el brazo, me dispongo a seguir la senda de uno de
los pocos maestros, que puedo considerar como tal ya que desde entonces –y ya con
algo de experiencia en esto del estudio- he encontrado de todo.
A profesores
preocupados por vomitar los temas ya que así se lo exigían a él, sin valorar si
se piensa, o si se comprende la historia. Profesores autoritarios, con más alma
de dictador en potencia que de educador. Profesores risueños, llenos de buenas
intenciones, decepcionados y cansados por un sistema educativo que les cortó la
inicial alegría por enseñar. Pero maestros de verdad, he tenido la suerte de
contar únicamente con dos –que ya es mucho- los cuales, me legaron más allá de
los conocimientos, una enseñanza de vida.
Sé que pueden
preguntarse porque motivo no me cambié de Colegio si tan terrible era. La razón
y siendo honesto conmigo mismo, es que
pasé de ser a ojos del centro, un estudiante de los de segunda clase, carne de
cañón de los cursos de diversificación o “diver” como así los conocíamos
nosotros, a los de primer nivel, los
llamados a hacer grandes proyectos en nuestras vidas, lo cual el trato para
conmigo mejoró. También supongo que me acomodé en este peculiar estilo de
enseñanza y siempre siguiendo el modelo de mis hermanos, decidí al igual que
ellos, concluir mis estudios íntegramente allí.
Así pues, la E.S.O
significó para mí el motor del cambio,
el nacimiento de unas vivas ganas de aprender, el ímpetu de leer todo
aquello que caía en mis manos más allá de las cuatro paredes que conformaban el
aula. Y el descubrimiento –ya de forma más tardía en Bachillerato, por otra
parte el periodo más divertido de la escuela- de la capacidad oculta, por
expresar mis sentimientos en palabras, a veces enrevesadas, a veces claras y
oscuras como el alba, de forjar poesías. Pero eso, ya es otra historia.