domingo, 14 de octubre de 2012

Juramento


Ancestros, hacer fuerte mi brazo para la batalla, que el odio de mis enemigos no me alcance. Darme fe para seguir y cumplir mi sino, justicia para condenar a los malvados, franqueza para con los míos, honor con que cumplir este cometido. Guiad con tiento mi acero, templad mis ánimos y proteged a los hermanos caídos. He aquí este juramento, pongo mi alma a vuestro servicio, mi vida os la entrego, que arda yo en los infiernos si no cumplo con lo aquí escrito.

Muy bien, alzaos como caballero. Non nobis Domine, non nobis, sed Nomini tuo da Gloriam. El cántico resonaba por toda la cripta, movido con la fuerza del oleaje, imparable, letanía lenta y reconfortante, amiga de aquel recinto, desde siglos. Sus piedras, asistían como espectadoras a lo que allí acontecía , en una noche invernal del anno domini de 1233. Afuera, la voz del lobo era totalmente apreciable, único sonido que cortaba el gélido viento.

-Maius, has hecho un juramento. Es una pesada carga la que desde ahora hasta el fin de tus días se cierne sobre tus hombros. ¿Podrás con ella?.

- Sí maestro, podré. He elegido una vida de honor y soy consciente de lo que eso entraña. Con la ayuda de nuestro Señor Jesucristo espero afrontarla.

-Bien, sea pues. Bienvenido.

El joven templario se levantó. Sentía como sus rodillas le ardían, debido a las largas horas arrodillado contra la fría losa. Era un hombre de Dios, había consagrado su joven vida al Señor. Desde pequeño, Maius accedió al cuidado de la hermandad. Le enseñaron a ser un hombre piadoso. Aprendió de los hermanos latín, teología, dialéctica, lógica y por supuesto el estudio de las sagradas escrituras. Con ocho años, recibió la visita del prior Facundus. El viejo prior, con su cara ajada por el paso del tiempo, jamás había ocultado el cariño especial que sentía por ese muchacho. Entendía que, Dios había puesto en su camino a Maius, y que por tanto Facundus no podía fallar la misión divina que el Señor le había encomendado. Facundus, comenzó a hablar:

-Maius, acércate. Mi pobre vista no puede verte tan lejos. Bien, así está mejor. Sabes a caso ¿por qué te he hecho llamar?.

-Sí mi señor.

-Ajam. Facundus esboza una sonrisa. Ilumíname joven.

-He cumplido 8 años mi señor. Es la edad en la que se inicia mi entrenamiento militar.

-Tan inteligente como siempre. Sin embargo, no soy tu señor Maius. Señor sólo hay uno, y es Dios...

-Sí, mi prior.

-Eso está mejor muchacho. Facundus se levanta, hace demasiada humedad en su celda, suenan sus huesos al andar. Da un último repaso a lo que va a exponer con Maius. Es un incumplimiento de las reglas de la orden. Sin embargo, ninguno de los hermanos se opuso a su idea.

-Bien, como acertadamente has dicho, debes comenzar tu entrenamiento militar con los hermanos instructores, para poder convertirte en caballero y así cumplir con las armas la palabra de Dios. Sin embargo, el resto de hermanos y yo hemos pensado que no tiene porque ser ese tu destino. Puedes cumplir con la misión del Señor por medio de la oración, llevando una vida monacal tal y como has hecho desde tu ingreso al monasterio.

-Pero prior Facundus, el resto de los novicios van a ingresar en la milicia. ¿Por qué ellos sí pueden y yo no?.

Silencio, Facundus rumia su respuesta. El niño es muy listo, tiene un gran talento por encima de cualquier chiquillo de su edad. Precisamente por ello, Facundus y el resto de hermanos han decidido obviar la regla de la orden.

-Mi querido Maius, cada uno tiene su sino en la vida. Tu has demostrado tener grandes cualidades para la vida piadosa.

- Sí, pero prior, no he podido demostrar mis cualidades como guerrero. Quiero ser como el resto de hermanos novicios, sí el Señor quiere que mi vida sea entorno al scriptoria y que mi únicos amigos sean la oración y los códices, lo aceptaré. Pero antes, querría que se me permitiése poder cumplir como guerrero. Al final, será Dios quien eliga mi camino.

- Supuse que dirías tal cosa. Está bien Maius, veo que el hermano Gaio te ha enseñado bien el arte de la oratoria. Los caminos del Señor, como bien sabes, son inescrutables. ¿Quién sabe la senda que has de correr?, sólo el. Por ello, dejaré que puedas cambiar tu sino. Pero he de avisarte, los hermanos instructores no tendrán piedad contigo. Todo lo aquí acontecido, debe quedar entre tu y yo. Por tu propio bien y por el del resto de la hermandad. ¿Has entendido Maius?.

- Sí mi prior.

Facundus se detiene y observa al niño. Siente que mana de él una gran fuerza, algo místico. Asiente despacio, sabe que será la última vez que vea a Maius en el monasterio y posiblemente la última que le vea en esta vida.

-Maius, nunca caigas en el pecado de la soberbia, puedes ser un caballero de Cristo. Usa solo las armas para defender la bondad que aún queda en esta época de tinieblas. Todo hombre, ha de cumplir con una misión divina. Desde el primer minuto de vida, hasta su último aliento. Estoy seguro de que la tuya será difícil. Pero podrás con ella.

El joven Maius de ocho años, no comprendió aquellas proféticas palabras lanzadas por su querido prior. Ahora, doce años después y tras convertirse en caballero de Cristo, en ese preciso instante vino a su mente aquella conversación que creía ya perdida en los recónditos caminos de su mente. Y por primera vez en toda su vida, sintió miedo.

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