Sí, soy un ser despreciable lo reconozco pero no más que todos esos estúpidos que conforman lo que algunos llaman sociedad. ¿Amigos? por supuesto, la enorme colección de libros que poblaba mi estantería abarrotada daba fe de ello, ¿que mejores amigos, puede uno desear?, no lloran, no gritan, no demandan tu atención continuamente y sobretodo, no te traicionan.
Con ellos, pude revivir todas las buenas historias que compartimos juntos como impronta imborrable de nuestra eterna amistad. Cuando compraba un libro, compraba un billete en una máquina del tiempo. Me desdoblaba en el espacio, viajando a la velocidad de la luz yendo de siglo en siglo, de lo pasado a lo que ha de venir. Por ello, siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.
Hace años que me aparté de la gente. No soportaba más fingir, así que decidí acabar con mi gran actuación refugiándome en la naturaleza, acabando mis últimos días en una enorme cueva. Una cueva abrupta, con las paredes pintadas de blanco, las cuales destilaban sabiduría y paz. Eliminé todo contacto con el exterior y a pesar de que a veces me tentó la idea de asormarme al mundo, una especie de indómito campo de fuerza me succionaba hacia al suelo impidiendo cualquier tipo de movimiento. Lo difícil no es vivir con las personas, lo difícil es comprenderlas así que no hagáis lo propio conmigo. Otra cosa, sería perder el tiempo.
Misteriosamente, no he muerto todavía. Ellos, me traen la comida y de vez en cuando clavan esos utensilios alargados sobre mí, cuando les cuento mis teorías. Vine voluntariamente, pero he acabado siendo preso de mí mismo. A veces despierto con sus drogas y la cueva se convierte en una celda acolchada. Esos períodos de delirio, son breves. En ocasiones, oigo la palabra loco pero díganme ¿quién de ustedes no lo está?.
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